…..Una
estrella por favor.
Al amanecer en medio
de la nevada le pedí
a Valentina, mi retoño,
una estrella. Me dio
miles. Millones. Seguimos
subiendo en el intenso
frío. Carlos
me seguía sin
alejarse demasiado,
lo que me daba confianza
para seguir ascendiendo,
ya encima de los 8000msnm.
Unas horas más
tarde nos abrazábamos
emocionadísimos
en el punto más
alto del Makalu, la
quinta montaña
de mayor altura en el
mundo y definitivamente
una de las más
difíciles. Resonaban
en mi cabeza las palabras
de mi mujer, Mónica,
al descender el año
pasado de la cumbre
del Everest: “La
verdadera cumbre está
abajo”. Pero no
me imaginaba lo claro
que las entendería
dos días después.
Sin
agua no hay Vida.
Por la tarde, muy cansado,
divisé la carpa
y grité de alegría.
Santiago Quintero se
asomó y levanté
mis brazos y proferí
un alarido “!!Cumbre!!”.
El filmó un poco
sacando el brazo por
la puerta de la tienda.
Al llegar a nuestro
refugio de tela y palitroques
de aluminio, me alcanzó
un recipiente plástico
con agua, y me dijo
que era lo que nos quedaba.
Empezaban nuestros problemas.
Sin saberlo yo aún,
comenzaba la lucha por
la supervivencia que
llevaría dos
larguísimos días.
Me quejé de que
no hubiese pedido a
nuestros vecinos, que
se marcharon mientras
yo escalaba, que dejaran
el gas que les sobrara,
como yo le había
pedido reiteradamente
al partir, en la nevada
a la medianoche, hacia
arriba. A estas alturas,
sin gas no hay agua.
Sin agua no hay Vida.
Y él lo sabía
tan bien como yo. Me
respondió que
se había olvidado,
que no era para tanto.
Esta respuesta, de por
si incoherente, aún
no hizo que saltara
mi alarma. El cansancio
me ganó rápidamente,
y me quedé dormido,
pensando en que al otro
día bajaríamos
rápidamente al
Campo Base, 2000 m más
abajo y allá
bebería todo
lo que quisiera, comería
en una mesa, me daría
una ducha y festejaría
nuestro éxito
con los amigos.
En la mañana,
no me di cuenta cuando
pasó por nuestra
tienda Carlos, con quien
había escalado
en la víspera,
y quien, tras llamar
unas veces, siguió
su camino hacia abajo.
Era la única
persona de quien sabíamos
que se encontraba más
arriba nuestro.
Cielo
e Infierno.
Cuando desperté,
noté que Santiago
no podía colaborar
en las tareas mínimas.
Me asusté. Con
el último poco
de gas que quedaba logré
medio litro de agua,
que compartimos. Junté
todos nuestros bártulos,
dejé aparte las
cosas que Fernando González
Rubio necesitaría
para su escalada unos
días después,
sin dejar de insistir
todo el tiempo a Santiago
que por favor se alistara
para partir. Su coordinación
fallaba a todas luces,
y su concentración
estaba totalmente ausente.
Las horas pasaban volando,
mientras no lograba
ponerse las botas de
montaña. Yo intentaba
ayudarlo, pero no era
tarea sencilla. En algún
momento, me dijo que
una no le había
costado nada. Se la
había puesto
sin el botín
interior, que tenia
en una de sus manos.
Me hablaba de llamar
a una señora
cuyo nombre no entendía
yo, y no quería
darme el teléfono
satelital, que guardaba
en un bolsillo de su
traje de plumas, para
pedir auxilio. A esta
altura, para mí
ya era medio claro que
sin ayuda no sería
nada sencillo el descenso.
Pero tampoco imaginaba
lo cerca que estábamos
de quedar atrapados
por las garras del Makalu,
que el día anterior
me había abierto
sus brazos al dejarme
alcanzar su cumbre,
tocando por un breve
instante el Cielo con
las manos.
En un momento de su
distracción me
hice del teléfono
y llamé a Fernando,
quien recién
llegado del Daulaghiri,
esperaba nuestro descenso
para coordinar su escalada.
Desde el Campo Base,
prometió ayuda
e instó a que
bajáramos como
fuera. La alarma había
sido dada, a 5800 él
comenzaría a
mover todos los hilos
posibles que hicieran
llegar ayuda lo más
rápido posible
a donde nos hallábamos.
Al fin, después
de estériles
discusiones, amenazas
por mi parte, excusas
inverosímiles
por la de él,
decidí que le
pondría la otra
bota también
sin botín interior,
cargaría sus
botines en mi morral
y saldríamos
así. Debíamos
descender sin más
retrasos.
Unos 100 metros más
abajo había 6
carpas. Alguien podría
ayudar. El recorrido,
de unos 500 metros,
hasta el otro sitio
de campamento, nos llevó
unas 3 horas. Casi no
podía él
mantenerse de pie, no
era capaz de dar mas
de unos 6 pasos sin
caer, y mis fuerzas
eran pocas para ayudarlo.
En su alucinación,
me preguntaba por sus
botas, y por sus guantes,
que tenía puestos.
Al intentar yo ayudarlo
físicamente,
reaccionaba de manera
violenta, rechazándome.
Debí recurrir
por momentos a la agresión,
gritándole que
lo dejaría allí,
empujándolo,
y por momentos a la
suavidad, explicándole
que sucedía,
porqué debía
dar otros pasos aunque
sea.
¡Nadie!
Así, cuando ya
estábamos a unos
100 metros de la primera
tienda, lo dejé
descansando en la nieve
y me acerqué
al campamento. Grité
con todas mis fuerzas
por encima del viento:
“¡Hola!
¿Hay alguien?”
Nadie se asomó.
No lo podía creer,
seis tiendas y nadie
en ellas! Vi unas botellas
de oxigeno. Inmediatamente
pensé que con
ellas podría
ayudar a Santiago, quien
aun seguía allá
acostado en la nieve.
Le grité que
viniese, pero no hizo
ningún movimiento.
De a ratos, pensaba
lo peor. Me vería
en algún momento
obligado a dejarlo allí
solo? Podría
yo hacer esto? Y sino,
dejaría entonces
yo todo lo que me esperaba
abajo por permanecer
con él hasta
lo último? Las
fuerzas tienen límites,
y es uno el que los
pone, pero no puede
forzarlos. Más
allá no hay nada.
NADA.
Abrí
las tiendas que estaban
más cerca y revisé
rápidamente el
interior. En una había
dos sacos de dormir,
colchonetas y aparentemente
todo lo necesario: comida
y estufa para derretir
nieve. Me alegré.
Media hora después,
tenía a Santiago
arropado y medio dormido
dentro de una tienda,
al menos protegido.
Encendí el teléfono,
habíamos quedado
en comunicarnos cada
hora, para ahorrar batería,
y comuniqué la
situación, pidiendo
autorización
para utilizar todo lo
que de allí nos
sirviera. Era claro
que no contaríamos
con ayuda de abajo este
día, pero muy
seguramente al siguiente
llegarían sherpas
en nuestro auxilio.
Pero, sería mañana
aún útil
para él la ayuda?
Y a mi, cuanta energía
me quedaba aún?
A estas alturas (aún
no bajábamos
de 7500 msnm), el cuerpo
se deteriora rápidamente
por la falta de presión
atmosférica,
no es capaz de asimilar
alimentos, y puede sufrir
trastornos como edemas,
que llevan inexorablemente
a la muerte en caso
de no descender rápidamente
a alturas más
humanas.
Las tranquilas palabras
de Fernando infundían
calma. Estaba haciendo
todo lo posible para
que el auxilio llegara
cuanto antes, y cuadrando
la logística
con las otras expediciones
para que supiéramos
donde encontrar lo que
nos hiciera falta.
El
Ángel del Oxígeno.
Yo miraba las botellas
de oxígeno comprimido.
Sabía que ellas
podían ayudar
muchísimo a que
Santiago recuperara
algo de energía.
Más no sabía
cómo utilizarlas.
Necesitan una mascarilla
y un regulador, que
permitan que el gas
salga de manera controlada
y poder inhalarlo. Busqué
en las otras dos carpas
cercanas, pero en ninguna
había estos aparatos.
Sólo las dos
botellas de oxígeno
rusas en la nieve.
A lo lejos, vi una persona
que se acercaba lentamente,
con una gran carga.
Un sherpa, pensé.
Tal vez pueda ayudar…Mientras
lo esperaba, revisé
con qué más
contaba. En una carpa
había más
sacos de dormir y colchonetas,
algo de comida y unas
balas de gas, pero ni
estufa ni recipiente
donde fundir nieve.
Todo esto me costaba
mucho más de
lo que parece, era mi
tercer día expuesto
a la gran altitud, y
el último de
estos había estado
sin beber casi nada,
con solo unas barras
de granola en el estómago,
que se resistía
a recibir más
alimentos mientras faltara
el agua.
La persona llegó
a las carpas que estaban
más abajo y ví
que allí se quedaba,
así que me acerqué
hacia ella. No parecía
ser un sherpa. Mi alegría
fue inmensa al reconocer
a Ted, un británico
militar a quien conocíamos
desde el comienzo de
la expedición
y, mi Dios es grande,
no solo escalaba con
la ayuda del oxígeno
embotellado, sino que
era el inventor de una
máscara nueva,
que competía
con las tradicionales
por ser mas ergonómicas
y ahorrar el preciado
gas. Mis palabras, esto
me lo contó él
luego, fueron “Ted,
que alegría verte,
Santiago se esta muriendo!”
Expliqué rápidamente
la situación
y Ted me acompañó
hasta la carpa donde
Santiago deliraba. Después
de una rápida
inspección, comprobó
que su oxigenación
era del 50%. Se estaba
muriendo sin lugar a
dudas. Le puso la máscara,
abrió la válvula
para que el gas pasara,
y vimos como los ojos
se le iluminaban rápidamente
y comenzaba a reaccionar.
Sentí que me
volvía el alma
al cuerpo. El descenso
aun sería muy
largo, pero era ya seguro
que Santiago pasaría
esa noche, e incluso
que se mejoraría
para afrontar el duro
siguiente día,
en que nos esperaba
una pared de roca y
hielo de más
de 600 metros casi verticales.
Aún con la ayuda
del oxígeno,
yo sabía que
no sería capaz
de descender a Santiago
por aquella salvaje
ladera. Pero por ahora,
él estaba mejor,
dormía como un
niño. Yo aún
debía ver como
proveernos de agua y
lo necesario para pasar
la noche.
De arriba, llegaron
los dueños de
la carpa que ocupábamos,
un escalador suizo de
nombre Klaus y su compañero
sherpa. Nos pidieron
que nos cambiásemos
de tienda y les diéramos
sus sacos de dormir.
Disponían de
una máscara,
asique ya pudo Ted recuperar
la suya, imprescindible
para su intento a cumbre
de esa noche.
Agua
de Vida.
Ya instalados en otra
carpa, me dediqué
a la imperiosa preparación
del líquido vital.
Para ello debí
desplazarme hasta la
carpa de Ted en más
de una ocasión.
Por puro cansancio decidí
no calzarme mis crampones,
por lo que en una de
las idas resbalé
y casi ruedo por la
pendiente. Me felicité
por no soltar la olla,
la estufa ni las balas
de gas que llevaba en
mis manos, porque todo
hubiese caído
ladera abajo por lo
menos unos cuantos cientos
de metros.
Mientras, realicé
la última llamada
posible a Fernando,
ya que la batería
murió definitivamente,
me confirmó que
al siguiente día
dos sherpas llegarían
al Makalu La, donde
se encontraba el Campo
3, en nuestra ayuda.
Solo nos separaban,
a paso normal, unas
dos horas de este sitio.
Larga
Noche.
Después de derretir
toda la nieve posible
y dar de beber a Santiago,
me dispuse a dormir.
No fue una noche apacible.
Me asaltaba a cada rato
la inquietud de qué
sucedería si
al despertar mis fuerzas
no alcanzaban para decidir
abandonar la tienda.
O si el clima, increíblemente
bueno hasta el momento,
cambiaba. Ted era el
único que estaba
subiendo esta montaña,
todos los demás
habían decidido
bajar al Base a esperar
mejores condiciones.
El suizo estaba muy
cansado y de poca ayuda
sería. Otro sherpa
que se encontraba en
una carpa más
abajo, y que no había
respondido a mis gritos
al llegar al Campo,
estaba ciego y en muy
malas condiciones. Cada
uno contaba consigo
mismo para descender.
Mientras, los sherpas
enviados en nuestra
ayuda, partían
del Campo Base, 2000m
más abajo, luego
de haber comido algo
y recuperado energías
ya que esa misma tarde
habían descendido
de la montaña.
A las 3 de la mañana
pasó Ted, camino
hacia la cumbre y nos
dejó su estufa
y el recipiente.
En algún momento
de la noche que sentí
que Santiago se movía,
le pregunté si
usaba el oxígeno.
Me respondió
que no, pero al mirarlo
vi que llevaba puesta
la mascarilla. Se lo
comenté e insistió
en que el aparato no
funcionaba. Decidí
usarlo y fue inmediato
el alivio. Mis pies,
medio helados por no
haber cambiado las medias
por la noche y por la
creciente deshidratación,
recuperaron en minutos
el calor. El dolor de
cabeza se quitó
rápidamente y
en términos generales
me sentí muchísimo
mejor. Estábamos
a 7500 msnm aún.
Ya me dormía
placenteramente cuando
mi compañero
me preguntó si
estaba yo usando el
oxígeno, porque
lo quería de
vuelta. Esa fue mi experiencia
con este sistema de
gas embotellado a presión.
Supe que con una botella
mi descenso estaba casi
asegurado y en cierta
manera esto me tranquilizó.
Aún cuando no
contaba con una máscara
y un regulador para
mi uso.
Dorje
y Nawa.
Al amanecer preparé
otro poco de agua y
eché adentro
un saco de sopa británica.
Bebí la mitad
y le di la otra a Santiago,
luego comencé
a devolver todo lo que
había tomado
prestado de las distintas
tiendas, mientras el
se ponía sus
botas. El oxígeno
había hecho maravillas,
él fue capaz
de ponerse las dos botas
solo en menos de una
hora.
Partimos hacia abajo,
lo mismo que el sherpa
que ya veía algo
y Klaus, el suizo. A
mitad de camino, Santiago
marchaba muchísimo
mejor que en la víspera.
Apareció una
figura delante de nosotros
que subía sin
carga. Pensé
que sería uno
de los sherpas enviados
por Fernando. No lo
era. Se trataba de un
escalador japonés
muy ceremonioso y amable
que nos acompañó
hasta el campamento
y nos aseguró
que tenía todo
el oxígeno que
necesitáramos.
En el Makalu La me había
dicho Fernando que contara
con todo lo que había
en una carpa que tenia
un muro de hielo alrededor.
La identifiqué
inmediatamente y me
introduje ansioso de
encontrar con qué
preparar líquido.
Cuando noté que
un termo estaba lleno
de agua me alegré
de sobremanera. Le agregué
unos líquidos
hidratantes y bebí
como un náufrago.
Le di a Santiago y a
Klaus, que casi no podía
hablar. Comí
en desorden unas rodajas
de salchichón,
unas galletas, unos
palitos salados a los
que eché leche
condensada encima y
unas papas fritas. Me
encontraba en este festín
cuando asomó
su enorme sonrisa Dorje.
Venía en nuestro
auxilio. Había
escalado toda la noche
y allí estaba,
fuerte y alegre, dispuesto
a ayudar.
Santiago, con el oxígeno
japonés a 1 litro
por segundo, se encontraba
mejor de ánimo.
Tanto, que le insistía
a Dorje que subiera
a recuperar su cámara
de fotos, que había
quedado en el Campo
4. A mi me enojaba esta
situación después
de todo lo pasado para
descender desde allí,
pero por suerte Dorje
sabía bien a
que venía y sin
dejar de sonreír
le explicaba a Santiago
que la vida estaba primero,
que por eso había
subido y que debíamos
seguir descendiendo
sin más demora.
Así partimos
hacia las cuerdas fijas,
Dorje llevando del brazo
a Santiago y yo atrás
sintiendo el alivio
de que ya había
quién me reemplazara
en mi obligada labor.
Al comenzar a bajar
por la abrupta ladera
encontramos a Nawa,
quien era el compañero
de Dorje en la acción
de rescate coordinada
por Fernando.
Cuando vi que era poca
ya la colaboración
que yo podía
prestar, opté
por descender lo más
rápido que mis
agotadas fuerzas me
lo permitían
hasta el Campo 2, a
6600 msnm, y esperar
allí a que llegaran
Santiago y los sherpas.
A medida que bajaba
por las cuerdas sentía
como me volvían
el alma y la vida al
cuerpo, en parte por
la mayor concentración
de oxígeno en
el aire y también
por el alivio de sentir
que, aunque aún
lejos del Campo Base,
lo lograríamos
ya sin lugar a dudas.
Otro
rescate.
En el Campo 2 esperé
unas horas a que ellos
llegaran, la única
persona que allí
se encontraba era un
sherpa de los brasileros
que estaba desmontando
todo y quien me convidó
unos sorbos de jugo.
Cuando llegó
Nawa me contó
muy nervioso que en
medio de las cuerdas
el sherpa que había
recuperado la vista
y que bajaba junto a
Klaus, había
perdido la conciencia.
Debíamos pedir
ayuda urgente. El tenía
un radio, pero la batería
estaba casi agotada.
Me comuniqué
con Fernando y le expliqué
lo mejor posible la
situación. Yo
podía escucharlo
a él, pero solo
podía comunicarle
una palabra a la vez,
antes de que se cortara
por falta de energía
la comunicación.
Al fin se entendió
lo ocurrido y se comenzó
a organizar el nuevo
rescate. Nosotros debatíamos
qué hacer, ya
que dejar al suizo y
al sherpa solos allí
arriba no parecía
la mejor opción.
Sin embargo, ninguno
era capaz de remontar
las cuerdas hacia donde
se hallaban, y aunque
lo hiciese, sin oxígeno
ni mascarilla no era
mucho lo que hubiese
podido hacer.
Las instrucciones de
Fernando, por otro lado,
eran muy claras: a mí,
que bajara YA.
A los sherpas, que siguieran
descendiendo con Santiago
sin demora, para alcanzar
el Campo Base aún
el mismo día.
La
Vida.
Viendo
que nada era lo que
yo ya podía hacer
por mi amigo, me lancé
hacia abajo. La altura
relativamente baja y
la proximidad del Campo
Base me dieron fuerzas
que ya no creía
tener. Descendí
sin detenerme durante
unas horas y pronto
tuve a la vista las
carpas donde nos esperaban.
Los primeros en verme
fueron los miembros
de la expedición
vasca, que salieron
a abrazarme con cariño.
Lloré como un
niño, aliviado,
contento, incrédulo
aún de haberlo
logrado. Necesitaba
ver a Fernando, que
supiera que allí
estaba, y que Santiago
venía atrás.
Pronto el me vio y nos
abrazamos. Llegaron
todos los de nuestra
expedición. La
tensión había
sido permanente desde
mi llamada de alerta
desde el Campo 4. De
muchas expediciones
llegaba gente a felicitar
y dar muestras de alegría
por que todo hubiese
salido bien. Fue muy
emocionante para mí
ver que todos habían
estado pendientes de
nuestro descenso.
A
las horas llegaron los
sherpas con Santiago.
El aún no se
percata de lo cerca
que estuvo de la muerte.
Se ha marchado hacia
abajo, hoy lo recoge
un helicóptero
que lo trasladará
a Katmandú, donde
recibirá asistencia
médica. Los demás,
o han partido ya hacia
sus hogares, o hacia
arriba, a escalar la
montaña.
Me
encuentro casi solo
en el Campo Base. Aún
debo subir mañana
a recuperar el Campo
2, a 6.600msnm. Físicamente
solo me quedan tres
dedos de la mano dormidos
por el frío,
siento un extraño
cosquilleo al pulsar
las teclas con las que
cuento esta historia.
Pero acá arriba,
en mi cabeza, algo ha
cambiado. “La
verdadera Cumbre está
Abajo” ya nunca
más serán
para mi solo palabras.
Aún demoraré
en asimilar lo sucedido,
pero hay algo claro
ya: entiendo el significado
de esta frase de manera
visceral, dentro de
mí. No olvidaré
jamás la lección
dada por la gran montaña.
Ahora,
solo espero que Fernando
baje con su octava cima
de más de ocho
mil metros, parte de
su proyecto Colombia
en las Cimas del Mundo,
y partamos hacia Katmandú.
Y de allí cuanto
antes a Colombia, mi
patria adoptiva, donde
no veo la hora de estrechar
en mis brazos a mi niña,
quien cuando llamé
a dar mi parte de tranquilidad
al llegar al Base, me
contó, desde
sus dos años
y medio, emocionada,
ajena a toda mi epopeya:
“Papi, ya pinto
sin salirme de las líneas!!”
Hernán
Wilke.
Expedicionario.
Colombia
en las Cimas del Mundo,
MAKALU 2008, patrocinada
por CAFAM, DHL y El
Espectador.
Con la colaboración
de Viajes y Aventura,
Neptuno, Gran Pared,
Café y Crepes,
Julbo y MonoDedo Colombia.